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lunes, 3 de octubre de 2016

Crítica: Warcraft: el origen (Warcraft: The Beginning)


Título original: Warcraft: The Beginning
Fecha de estreno: 24 de mayo de 2016 (Francia)
País: Estados Unidos
Director: Duncan jones
Guión: Charles Leavitt, Duncan Jones
Reparto: Travis Fimmel, Paula Patton, Ben Foster, Dominic Cooper, Toby Kebbell, Ben Schnetzer, Robert Kazinsky, Clancy Brown, Daniel Wu, Ruth Negga, Anna Galvin, Callum Keith, Burkely Duffield, Ryan Robbins, Dean Redman, Glenn Ennis, Terry Notary, Elena Wurlitzer, Michael Adamthwaite, Anna Van Hooft, Callan Mulvey
Duración: 123 minutos

Si alguna vez has jugado a un videojuego de Blizzard, como cualquiera de los Warcraft, Starcraft o Diablo, sabrás que la compañía trata con mimo y esmero las cinemáticas, esos videos que sirven para presentar el juego o como transición entre fases o misiones o para introducir algún elemento nuevo. En algunos casos son pequeñas joyas que no te cansas de ver una y otra vez, tanto por su aspecto técnico como por la historia que cuenta, por las sensaciones que transmite. Mucha gente fantaseaba con una película (en imagen real o en animación) hecha con esa magia.

Warcraft: el origen puede tener dos tipos de espectadores: los que han jugado al videojuego en que se basa la película y los que no lo han hecho. Para quien no lo sepa a estas alturas, los juegos originales de Warcraft, de los que hay tres (Warcraft, Warcraft II: Tides of Darkness y Warcraft III: Reign of Chaos) con algunas expansiones, consisten en lo que se denomina RTS, Real-Time Strategy, juegos de estrategia en tiempo real, en los que el jugador controla una serie de unidades y recursos con los que cumplir una misión, como derrotar a uno o varios rivales. En Warcraft el jugador puede controlar a los humanos o a los orcos (o a otras razas a veces) y construir unidades civiles o militares para derrotar al contrario. El videojuego evolucionó a World of Warcraft, un juego de rol masivo multijugador, en el que esencialmente se multiplicaban las posibilidades al jugar con y contra otros jugadores humanos. Si has jugado alguna vez a cualquiera de las versiones de Warcraft estarás familiarizado con la estética del juego, con los detalles del universo en que tiene lugar, con los pequeños guiños con que Blizzard lo salpica, con los personajes principales, con la manera de comportarse... Warcraft: el origen, como es lógico, bebe de la estética del videojuego y de sus códigos. El problema es que, como también es lógico, muchos espectadores no habrán tenido jamás contacto con el videojuego y se perderán un contexto que en la película se da casi por supuesto.

La cinta  deja una desconcertante sensación de velocidad a medida que transcurren los minutos: todo pasa muy rápido, aceleradamente, de manera atropellada y, lo que es peor, sin un contexto claro. Los personajes ya están ahí, de repente, se van perfilando a duras penas durante la película y de una manera obligadamente maniquea porque no hay tiempo para establecer zonas de gris o porque directamente no interesa hacerlo para reducir la película a llanamente una lucha de buenos y malos. Combinado con la falta de contexto, la impresión que deja la película en su primera mitad y más allá es de tener prisa en presentarnos todo un universo de golpe y de meterlo a piñón en las dos horas de metraje. Es incómodo por momentos. A veces casi parece un resumen de una película mucho más larga a la que han quitado los momentos interesantes. Tampoco ayuda la apariencia un tanto artificiosa o los comportamientos estereotipados de algunos personajes: los protagonistas humanos son jóvenes y atractivos en su totalidad, los orcos "buenos" tienen rasgos más humanizados y los "malos" mucho más deformados y monstruosos, los conflictos entre personajes se nos presentan como más simples que el mecanismo de un botijo y los momentos dramáticos a veces rayan el ridículo.


A pesar de todo, al final no queda un mal sabor de boca total. Si eres fan del videojuego habrás reconocido guiños (ese soldado siendo convertido en oveja...) y la inconfundible estética de los ejércitos humanos y orcos, de los magos e incluso de las escasas apariciones de los enanos y los elfos, de los edificios y construcciones. Incluso las invocaciones y hechizos de los magos reproducen los del videojuego en un alarde de espectacularidad. Si no eres fan, bueno, te queda una película que intenta ser de fantasía épica, con luchas impresionantes, buenos efectos especiales y una historia más bien fácil de seguir en sus líneas básicas por su sencillez a costa de sacrificar profundidad en tramas y personajes, y que te gustará más o menos dependiendo de tus gustos personales. La interpretación de los actores es simplemente correcta y quizás sobresalga un poco la de Ben Schnetzer, que da vida al mago Khadgar y aporta un poco de emoción en algunos momentos.

En conjunto queda la impresión de que, a pesar de ser un proyecto que empezó a larvarse en 2006 y que comenzó a hacerse realidad en 2014, no se ha conseguido una película que explique el universo Warcraft adecuadamente. Parece ser una película hecha para fans no muy exigentes y en la que se ha puesto atención sobre todo a la parte técnica. Parece una auténtica oportunidad perdida de haber hecho una película de calidad que pudiese contentar a fans y descubrir todo un mundo a los no iniciados. Es inevitable una comparación con El señor de los anillos y su cuidada y mimada producción. En el fondo lo que parece es que la película se hizo exclusivamente con la intención de ganar dinero a costa de la fama del videojuego, y parece haber tenido éxito al ser la película más taquillera basada en un videojuego. En cualquier caso está claro que habrá más películas Warcraft. La duda es si seguirán la senda de la primera y tendremos atropelladas tramas con personajes que no hemos tenido tiempo apenas de conocer (y con los que dificilmente conectamos o empatizamos) viviendo rápidas aventuras épicas y dramáticas o si levantarán un poco el pie del acelerador y nos darán tiempo a encariñarnos con los buenos y odiar o comprender a los malos.

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